La salida

El domingo 30 de septiembre de 2007 comenzamos nuestro viaje. A las 9 de la mañana llegamos con la bicicleta recién cargada (y más pesada de lo que esperábamos) al Parque Centenario, donde nos esperaban numerosos amigos, familiares, compañeros, gente que se acercó a partir de enterarse de distintas formas de nuestro proyecto.

Fuimos acompañados por amigos hasta la General Paz y por los ciclistas Pedro, Matías, Lucas y Hong Shih Yu hasta nuestro primer destino, Campana.

Llegamos a las 5 de la tarde, luego de recorrer 82 km., la mayor parte de los cuales transcurrieron por la colectora de la ruta Panamericana.

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Primera semana de viaje: esquivando la lluvia por el interior de Entre Ríos

La primera semana de este viaje por el mundo llegó a su fin, en la ciudad de La Paz, provincia de Entre Ríos. Ribereña del río Paraná, es una tranquila localidad fundada en 1835, que lleva tras sí la leyenda del supuesto tesoro que Giuseppe Garibaldi dejó por la zona después de uno de sus tantos fracasos militares en estas tierras. Actualmente, en cambio, es conocida en el mundo del deporte como la sede del triatlón internacional más antiguo e importante del país.

Antes tuvimos que atravesar 575 km. por rutas generalmente tranquilas y con el fantasma de una semana de grandes lluvias detrás. Después de la emocionante despedida que nos dieron nuestras familias, amigos y quienes se acercaron a darnos aliento, tuvimos un primer día a pleno sol, acompañados por Lucas, Matías, Tincho y Pedro hasta la ciudad de Campana. Fuimos arrastrando nuestra bicicleta, acostumbrándonos al peso desusado y al trailer, que estrenamos ese mismo día. Hubo bastante viento en contra y una subida poco visible pero que se notó en las piernas desde Escobar hasta casi Campana. Allí nos despedimos de los amigos que llegaron pedaleando. Pedro nos regaló, como aporte solidario, una bocina, entre otras cosas.

A la mañana siguiente los padres de Karina tenían que encontrarnos temprano para traernos la tercera dosis de las vacunas que nos habían quedado pendientes. Llegaron en medio de una intensa lluvia y decidimos quedarnos en Campana ese día, mientras reacomodábamos nuestro equipo. Después de recorrer los hospitales (la enfermera de vacunación del hospital local no quiso darnos “esa vacuna rara”, que no era otra cosa que las de hepatitis A y B y antirrábica), encontramos una farmacia en que no sólo nos hicieron las aplicaciones, sino que nos pasaron los contactos de uno de sus hijos, hace tres años viajando por el mundo.

El martes a la mañana, con un día de retraso, retomamos la ruta. La jornada seguía amenazando lluvia, pero no tuvimos que soportar más que algunas gotas. Sí abundante barro y humedad a lo largo del camino. Cruzamos los dos puentes del complejo Zárate - Brazo Largo y entramos en la provincia de Entre Ríos. La llamada ruta del MERCOSUR es en esta parte una autopista, por la que pudimos pedalear con tranquilidad. La subida de los puentes no fue difícil, la pendiente es bastante descansada.

La meta de la etapa era Ceibas, donde termina la autopista. Allí tomaríamos la ruta hacia Gualeguay. Pero pocos kilómetros antes de llegar pinchamos la rueda trasera. No fue ninguna espina o vidrio, sino la banda antipinchaduras que, desviada de su posición por el gran peso, terminó cortando la cámara. Cosa que se repitió a la mañana siguiente con la otra rueda, por lo que descartamos su uso. Como en viajes anteriores ya tuvimos problemas con los líquidos antipinchaduras, la conclusión es que es mejor tener buenas cubiertas y no usar inventos extraños.

Llegamos a Ceibas en medio de un barrial y nos alojamos en un modesto hospedaje. Habíamos hecho 93 km.

La ruta mejoró al día siguiente. Empezamos a tener viento a favor y un camino más tranquilo, con menos camiones. El paisaje desbordaba de animales, especialmente aves.

Seguíamos bordeando el delta del Paraná y los bañados, con las abundantes lluvias, eran lagunas donde el ganado chapoteaba y las garzas daban espectáculo. A las 3 de la tarde habíamos avanzado casi 65 km., pero el clima cambió de repente. Una tormenta amenazaba cuando entramos a una estación de servicio en las cercanías de Gualeguay. Lo primero que nos dijeron los empleados fue que armáramos la carpa y nos quedásemos porque se venía la tormenta. Y así fue, a los pocos minutos el cielo se puso negro y se largó un chaparrón fuerte que duró hasta la noche. Hicimos la carpa bajo techo, al costado del depósito donde guardamos la bicicleta.

El siguiente tramo, hasta otra estación de servicio en el cruce de la ruta provincial 6 y el camino a la ciudad de Rosario del Tala, nos llevó al centro mismo de la provincia. El paisaje ya era menos húmedo y más típicamente rural. Los paisanos con bombachas de campo, rastras y boinas nos cruzaban en sus chatas y camiones. En el bar “El Zurdo” (de Julián Zurdo), dos viejos gauchos con cuchillo al cinto conversaban de cosas del campo. Y nuestro tándem seguía llamando la atención. En cada parada, siempre alguna pregunta, miradas a los detalles, si pesa mucho, adónde vamos, etc. Mientras uno nos contaba las andanzas ciclistas de su hijo, otro nos daba consejos y definiciones culturales sobre los pueblos vecinos. “Los paraguayos son chorizos, como los argentinos, donde se juntan muchos, pura picardia. En Brasil no, está todo bien, son pila los brasileros”. “¿Qué se inventaron ustedes?, preguntó otro al llegar a La Paz. Hasta nos sacaron fotos. En fin, la aparatosidad de nuestro vehículo es suficiente para generar estas reacciones, va a haber que acostumbrarse.

Al otro día llegamos a Mojones Norte, un paraje a 110 km. de La Paz. Ya estábamos más habituados al peso que llevamos y pudimos aprovechar un cambio de viento favorable después de cruzar el acceso a Villaguay. Empezamos a superar los 100 km. diarios: 102, 105, 111. Esa noche una lluvia torrencial cayó sobre nuestra carpa y nos demoró un poco la salida a la mañana. El sábado hicimos los últimos 110 km. hasta llegar a La Paz. Al entrar a la ciudad, bordeando el Paraná, fuimos al Polideportivo municipal, para descansar un día recorriendo la ciudad del tesoro de Garibaldi, con su aspecto de ciudad tranquila, sus pobres y escondidas villas de pescadores bajo la barranca,y bañándonos en las termas, antes de seguir viaje, en una nueva etapa, por la provincia de Corrientes.

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Corrientes, perseguidos por la lluvia

Si en Entre Ríos habíamos esquivado al temporal que azotó el litoral argentino estas dos semanas, en Corrientes nos alcanzó de lleno. La ruta se hizo cada vez más verde y con abundantes bañados, con ríos y lagunas desbordados, el ganado con medio cuerpo en el agua y una enorme cantidad de aves que levantaban vuelo al paso de nuestra bicicleta.

Saliendo de La Paz, última parada entrerriana, el paisaje se fue haciendo más rural, prefigurando lo que íbamos a ver en nuestra tercera provincia del recorrido. El día, nublado, presagiaba agua y la ruta se empezó a volver más estrecha y con banquinas llenas de peligroso barro. La meta del día era la ciudad de Esquina, la primera en la provincia correntina.

Entramos a eso de las 6 de la tarde, después de hacer unos cien kilómetros. Esquina es un lugar buscado por los pescadores, por lo que la mayoría de los alojamientos dan al río Paraná, donde hay bajadas para las lanchas y muelles para la pesca de dorados, surubíes y otros peces bien cotizados de la zona.

En la siguiente etapa pretendíamos llegar a Goya, una de las principales ciudades de la provincia en la ribera del Paraná. Salimos tarde, el día estaba pesado y, apenas comenzando, tuvimos una pequeña llovizna. Pero más tarde la temperatura subió y el calor se hizo sentir. Un fuerte viento en contra nos retrasó bastante. A unos 20 kilómetros de Esquina nos detuvimos frente a El rancho é la Cambicha para sacarle una foto al bar que lleva el nombre de la canción que Antonio Tormo convirtió en la década del 50 en éxito discográfico nacional. La amable familia que es dueña del lugar nos invitó a tomar unas gaseosas y a firmar un libro de visitas.

Corrientes no había empezado muy bien, pero la gente de la Cambicha comenzó a mostrarnos el costado más interesante. Nuestro recorrido pasó por varios pequeños pueblos y caseríos donde pudimos conversar con muchas personas. Muchos nos alentaron desde el camino: gauchos a caballo llevando su ganado, niños en los caseríos y las escuelas, camioneros con sus bocinas y un respeto inusual, frenando incluso si no nos podían pasar con seguridad, en vez de aturdirnos a bocinazos para que nos tirásemos de la ruta.

En El rancho é la Cambicha nos habían anticipado que un buen lugar para quedarnos era el paraje San Isidro, unos 40 kilómetros antes de Goya. Habíamos salido con el tiempo muy justo y el viento en contra y el calor hicieron nuestro ritmo más lento de lo habitual. Llegamos a San Isidro cerca de las 5 de la tarde, pero calculamos que iba a ser difícil llegar a Goya antes del anochecer. El dueño del bar donde paramos nos aconsejó hablar con el policía del destacamento del pueblo. Mientras veíamos por televisión la condena al cura represor Von Wernich, capellán de la policía bonaerense, fuimos a hablar con el agente correntino de San Isidro.

El hombre estaba cortando el pasto, sin arma y sin uniforme. Hablaba tan bajito que casi no le entendíamos, pero quedó claro que nos invitó a tomar algo a su casa, a dos cuadras en el pequeño poblado. Ya de noche nos pasó a buscar, mientras veía el televisor con la imagen de Von Wernich y comentaba: “ese es de la policía, ¿no?”.

Orlando, así se llamaba el policía, terminó alojándonos en su casa, con su familia, mientras nos contaba sus penas con un concesionario de autos que no entregaba el que había comprado hacía más de cinco meses y la vida casi aburrida de policía de pueblo, de servicio las 24 horas durante dos semanas. Esa noche llovió a cántaros, pero por suerte estábamos bajo techo.

Los dos días que siguieron no pudimos evitar la mojadura. Apenas salimos de la casa empezó a llover con fuerza. Después de ponernos los impermeables (y mojarnos igual, pues el chaparrón caía desde todos lados y con fuerza), seguimos pedaleando por el campo sin posibilidad de refugio. Un pequeño paraje con una despensa a sólo 18 kilómetros de Goya nos sirvió para dejar pasar lo peor de la tormenta. Detrás de una ventana enrejada una mujer nos vendió unas galletitas mientras dos hombres nos miraban acomodar nuestra larga bicicleta. Uno de ellos, bastante bajo, vestido de albañil, miraba maravillado. Pronto empezó a hablar, haciendo comentarios bastante acertados sobre nuestro equipamiento. Pero el hombre, apellidado o apodado Paniagua o Pan y Agua (la mujer incluso, cariñosamente, lo llamaba simplemente Pan), quería una bicicleta con trailer como la nuestra para llevar cerveza.

–Y la bandera es para que te vean los autos–, agregó Pan y Agua incisivamente. Y acto seguido pasó a contar una anécdota de la colimba, en la cual se le ocurrió preguntarle a un sargento, que había aseverado que la bandera tenía que flamear siempre, qué pasaba si no había viento. La previsible respuesta fue ponerlo a flamear la bandera por horas, hasta que llegó otro jefe (“ahí todos eran jefes”, acotó) y gritarle estruendosamente que la bandera no se sacude.

Dejamos a estos personajes cuando paró un poco la lluvia y poco después entramos a la ciudad de Goya. Las calles estaban llenas de un barro que nos cubrió la bicicleta. En una estación de servicio en la que paramos algunas horas esperando, en vano, que cesase la lluvia, conocimos a don Galarza, el dueño de una panificadora que nos dejó un sinfín de anécdotas de sus viajes a Brasil y Paraguay y una enorme bolsa de galletitas.
A la tarde volvimos a salir rumbo a Santa Lucía, la siguiente parada.

Llegamos al anochecer, entrando a una ciudad oscura y embarrada, llena de camiones y camionetas que sacaban cajones de tomates y trasladaban obreros. Mientras en Buenos Aires se discutía sobre el insólito precio de ese vegetal, nosotros entrábamos en la capital de la zona productora. Todo nos parecía un poco hostil, pero pronto se demostró lo contrario. Parados en una esquina preguntando por un hospedaje, se formó un corrillo que discutió acerca de dónde podríamos ir. Finalmente, un hombre llamó al cuartel de bomberos y gestionó para que nos albergaran allí. Nos acompañó hasta el lugar caminando, mientras nos hablaba de la zona, de la cosecha de tomates, de las camionetas 4 x 4 que se habían comprado los productores gracias al aumento de precios. Su apodo era Chingolo porque, dijo, cuando era chico andaba a los saltos, como el pájaro.

En el cuartel de bomberos voluntarios de Santa Lucía nos alojamos cómodamente. Al rato de estar allí, apareció Julio, el periodista multimediático de la ciudad. Nos hizo una nota para el canal de cable local y otra para la radio y su página de Internet. A la mañana siguiente, un hombre nos persiguió en bicicleta para hacernos un reportaje para la radio. Cuando nos puso al habla con el locutor descubrimos que se trataba, otra vez, de Julio. Mientras salíamos del pueblo, la gente que había escuchado el programa local nos deseaba buen viaje.
La nueva etapa siguió bajo la lluvia. Pero el viento había cambiado y permitía una velocidad mayor. En Bella Vista, la siguiente ciudad, nos detuvimos para comer, por una vez bien, en una parrilla sobre la ruta. El mozo no paró de contarnos historias y desearnos suerte para la aventura. A él también le gustaba, según dijo, “la supervivencia”.

Mojados pero empujados por el viento llegamos al cruce de caminos llamado Cuatro Bocas. Estábamos a menos de 100 km. de la ciudad de Corrientes. Armamos carpa en los fondos de una estación de servicio y, nuevamente, llovió toda la noche.

El viernes 12 salimos para la capital provincial. Seguía nublado pero casi no cayó agua. El viento, muy favorable, nos llevó a un promedio de velocidad que no habíamos podido sostener días anteriores. Comimos milanesas en la localidad de El Sombrero y, poco después de las 4 de la tarde, entrábamos en la ciudad. La ruta, que hasta ese entonces, había sido tranquila, se hizo más complicada, muy estrecha y sin banquinas. Varias veces tuvimos que salir del pavimento para evitar a los camiones.
En la hermosa costanera correntina, donde está ubicada la oficina municipal de turismo, conocimos a Eduardo Sotomayor, un muchacho que nos vio entrar y nos siguió hasta allí en su bicicleta. Se trataba de un cicloturista correntino que hizo varios viajes por su provincia y por el Chaco, incluyendo una travesía por el Impenetrable. Pasamos la noche en su casa, con su numerosa y amable familia.

Encontrarlo a Eduardo fue providencial. Cuando íbamos a preparar la bicicleta para salir hacia Resistencia, notamos que la llanta se había casi desfondado. Él nos presentó a los bicicleteros de la ciudad y pudimos cambiar la llanta en tiempo récord. Eduardo y su primo cruzaron con nosotros el puente que va a Resistencia, la capital del Chaco. Al llegar al otro lado, volvieron para Corrientes. Como Eduardo trabaja de noche, no había dormido con tal de atendernos y acompañarnos.

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el trayecto buenos aires - corrientes


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